El error como hogar

Me arrastro sobre los escombros de los mismos errores, idénticos en forma y en filo, como si la repetición fuera un rito y la caída, una plegaria. Me dijeron que el tiempo enseña, que el dolor refina, que la memoria previene. Pero aquí estoy, otra vez, sosteniendo con manos temblorosas las ruinas de algo que ya vi desplomarse antes.

Si acaso fuera necesario, volvería a erigir la misma catedral de espejismos. Colocaría una a una sus piedras huecas, trazaría con precisión sus pasillos sin salida, me perdería en su arquitectura con la convicción de quien aún cree que alguna vez habrá algo distinto en el fondo del abismo.

La inercia se desangró hace tiempo y el viento cambió de dirección, pero yo sigo aquí, escuchando su eco, sintiendo su ausencia como una presencia que persiste. Busco señales de mí mismo en esta penumbra, pero solo encuentro fragmentos, sombras de lo que alguna vez fui. Me pregunto si la identidad no es más que un largo proceso de derrumbe.

La razón titubea, el corazón se quiebra. No hay respuesta, solo un murmullo lejano que me invita a repetirlo todo, a sumergirme otra vez en el ciclo, a sacrificarme en el altar de la misma historia.

No puedo perder nada. Vengo de la nada. No puedo caer más bajo cuando el fracaso ya es un refugio, cuando la derrota ha aprendido a sostenerme mejor que cualquier certeza.

Quizás la única forma de romper el patrón es despojarme de la esperanza de que algo cambie. O quizás la respuesta está justo ahí, en seguir cayendo, en volver a la intemperie de mí mismo, en arrodillarme ante el error hasta que se convierta en ruina sagrada.

Y si acaso fuera necesario, volver a empezar.

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