En el Teatro madrileño, la presentación de Relatos de lo sutil se transforma en un bosque de palabras vivas. La luz cálida del escenario palpita como un corazón antiguo, y cada sonido es eco de un latido interior. Sentados entre el público, las sombras se mueven como hojas al viento: rostros de soñadores que viajan dentro de sí mismos. El tiempo se derrite en los relojes imaginarios, goteando segundos que huelen a tinta y misterio.
A través de las páginas leídas en voz alta, el relato se vuelve río que arrastra memorias ocultas. Voz tras voz, emerge un viajero incierto que navega por bosques de niebla en busca de un tesoro invisible. Las palabras, casi líquidas, brotan entre su respiración: se convierten en mariposas en la noche, en peces de fuego en un estanque de cristal. Un silencio lleno de presagios se adensa en la biblioteca de musas y vigilia: la emoción del instante, cargada de simbolismo, abraza el alma.
La noche cerrada en la Biblioteca Central Antonio Gala de Córdoba responde en clave de susurro. Aquí los estantes se elevan como olas de marfil; las frases pronunciadas encajan en los surcos de antiguos atlas celestes. En el aire denso, las ideas flotan libres: un elefante con patas de hilo cruza el pasillo, un lirio parlante asoma tras un volumen abierto. Al abrir cada historia, se descorre un velo entre lo real y lo soñado. La penumbra se convierte en una espiral de espejos infinitos donde lo familiar se reinventa.
Hay existencias que se disuelven antes incluso de pronunciar su primera sílaba. La mía: barro sin alfabeto, arcilla sin forma, una masa amorfa atrapada en el Claroscuro de Quijano. Pero aquella noche —entre la multitud borrosa por mi miopía y las lámparas que parecían planetas tristes— algo absurdo y exacto flotó. Una burbuja de jabón con vocación de milagro. Iridiscente, descarada, perfectamente inútil. Y sin embargo… por un instante delirante, el lodo tuvo dignidad de lago.
Presentación de Relatos de lo sutil Madrid
Presentación de Relatos de lo sutil Córdoba